sábado, 12 de marzo de 2011

Expedición Malaspina: El lamento del estudiante

Antecedentes:
En septiembre de 1788, Alejandro Malaspina, junto con su colega José de Bustamante y Guerra, proponen al gobierno español la organización de una expedición, que se llamó posteriormente expedición Malaspina. Fue una excursión político-científica alrededor del mundo, con el fin de visitar casi todas las posesiones españolas en América y Asia. Este viaje se dio a conocer por los promotores como "Viaje científico y político alrededor del mundo" (1788); durante la travesía fue conocido popular y públicamente como "Expedición vuelta al mundo". A la llegada a la Corte en 1794, como no se regresó atravesando el Océano Índico y el cabo de Buena Esperanza como consecuencia de la sobrevenida guerra entre España y Francia, se la denominó "Expedición ultramarina iniciada el 30 de julio de 1789"; y cuando se publicaron por primera vez los trabajos de la expedición (en 1885) por el Teniente de navio Pedro Novo, fue dada a conocer como "Viaje político-científico alrededor del mundo por las corbetas Descubierta y Atrevida, al mando de los Capitanes de navío don Alejandro Malaspina y don José Bustamante y Guerra desde 1789 a 1794"; luego se ha dado en conocer como expedición Malaspina. En la actualidad, diversas instituciones españolas han puesto en marcha una gran expedición científica de circunnavegación que recibe el nombre de este marino en reconocimiento a su aportación: la expedición Malaspina (2010-2011).
El lamento del estudiante
Ellos se presentan como la mano de obra barata de la ciencia, la principal fuerza de
trabajo en las campañas de investigación de campo y en los laboratorios. Son los
estudiantes de Malaspina, licenciados universitarios que están cursando el doctorado o
un máster. Y no son pocos. En la tercera etapa de la expedición, son estudiantes 15 de
los 29 investigadores embarcados en el Hespérides. La mitad más uno.
Muchos de ellos, cuando miran al futuro, a su futuro, les invade una inquietud
atroz. No ven salida profesional. La crisis ha taponado las vías de acceso. En España,
apenas hay investigación oceanográfica fuera de las instituciones públicas, acogotadas
por los recortes presupuestarios. Y el capital privado, salvo escasas excepciones,
concentra sus inversiones en sectores emergentes como la genética y la biomedicina, que
brindan buenas expectativas de negocio. En todo esto están de acuerdo tres de los
estudiantes del Hespérides, el ambientólogo barcelonés Martí Galí, de 26 años, su
colega madrileña Belén González, de 25, y la bióloga Gema Hernán, de 26, también de
Madrid.

El efecto de la crisis global es doblemente negativo para ellos. De un lado,
los institutos cierran las puertas a la contratación de jóvenes doctores. Del otro, hay
más competidores, pues muchos licenciados que cuando el mercado laboral era fluido
optaban por una vía profesional en vez de hacer el doctorado, ahora, cegada esa vía,
parados por parados, deciden ampliar sus estudios.
El doctorado consta de cuatro años. Los dos primeros, el aspirante cobra una
beca; los dos últimos, percibe un salario en calidad de contratado. Pero ahí no acaba
el período de formación. El CSIC no suele contratar a ningún investigador que no haya
cursado un postdoctorado, preferiblemente en el extranjero. Eso supone dos o tres años
más. Martí, ya próximo a leer su tesis, se prepara para solicitar una beca para su
postdoc. "Y luego, probablemente, habré de buscar trabajo fuera", apunta el doctorando
barcelonés. En España, no ve muchas oportunidades. No son pocos los científicos que no
consiguen su primera plaza profesional antes de los 35 años, eso si la consiguen. "La
investigación tiene que gustarte mucho para decidirte a andar este camino sabiendo qué
expectativas hay ahí delante", coinciden González y Hernán.
Frente a este halo de pesimismo, la investigadora del CSIC Begoña Jiménez,
madrileña de 45 años, considera que la situación de los estudiantes es hoy "mucho más
digna" que cuando ella se encontraba en su lugar. "Antes de conseguir mi primera beca,
trabajé en investigación dos años, de 1988 a 1990, sin cobrar nada", recuerda
Jiménez. "Hoy, afortunadamente, esto ya no sucede. O hay beca, o convenio, o contrato;
se acabó la irregularidad". A juicio de esta bióloga, los estudiantes hoy tienen más
facilidades, pero son proporcionalmente mucho más exigentes. Es cierto, agrega, que la
crisis ha ennegrecido el horizonte, pero no solo para los científicos, sino para la
sociedad entera. "Y la crisis no será eterna", concluye Jiménez.
El jefe científico de esta etapa de Malaspina, el también investigador del CSIC
Jordi Dachs, barcelonés de 41 años, subraya esta última idea para afirmar que quienes
afrontan una expectativa realmente fatal son los que están terminando el postdoctorado
justo en plena crisis. Estos sí se dan de bruces con un mercado devastado. "Pero cuando
los que ahora cursan el doctorado terminen el postdoc, la economía habrá mejorado",
confía Dachs.
Las biólogas catalanas Dolors Blasco, de 68 años, exdirectora del Institut de
Ciències del Mar, dependiente del CSIC, y Marta Estrada, de 64, investigadora del mismo
organismo, ambas las más veteranas de la etapa índica de Malaspina, certifican la gran
dificultad de acceso profesional de los jóvenes a la investigación. Hoy, afirman, los
profesionales ya situados disponen de una dotación razonable de recursos. "El
problema ¿concluyen-- es que no hay entrada para los nuevos, lo cual agrava la escasa
proporción de investigadores por habitante que hay en España, inferior a los países del
entorno europeo".

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